La Antigua Grecia, el cine de los cincuenta y las funas: ¿No hemos cambiado?
Henry Fonda protagoniza el ya de culto filme 12 Angry
Men o 12 Hombres en pugna, nombre con el cual llegó la obra a este pueblo
meridional. La película, estrenada en el 1957 -siendo una de varias adaptaciones
de una obra de teatro-, ha envejecido como el vino. ¿Cómo un filme que es 20
años más antiguo que nuestra Constitución sigue siendo muy relevante y acorde a
los problemas sociales actuales? Fácil. Trata una cuestión atemporal y transversalmente
patente durante la historia: la justicia.
Desde Edipo quitándose los ojos y pidiendo el
destierro por haber cometido los horrorosos crímenes de parricidio e incesto, Orestes
confabulando contra su propia madre por el asesinato de su padre siendo luego
repudiado por el pueblo, hasta, fuera ya de lo literario y más conforme
a lo actual, las detenciones ciudadanas a lanzas y motochorros, la historia de
la humanidad ha escrito copiosamente narrativas donde la institución legal es
insuficiente ante la resolución de conflictos. O eso es lo que opinan sus
personajes.
Puede parecer contradictorio mencionar la deficiencia
de la justicia presentando una película cuya hora y media transcurre en una
sala de una corte, donde doce jurados deliberan sobre la presunta autoría de un
joven en el homicidio de su padre. Sí. Puede. Pero, es precisamente esa la
riqueza del filme: presenta el cómo jurados, ciudadanos como tú y como yo, deliberan
enviar a un joven a la silla eléctrica en el hipotético caso de votar por su
culpabilidad.
Antes de llegar de fondo a la película, creo oportuno
hablar de una cosita antes. El origen del sistema legal según la literatura
tiene en su antecedente también un caso de parricidio.
Más allá de la justicia divina en la mitología que
paradójicamente también es de cierta manera informal (pese a que es absoluta), el
mismo complejo religioso de los griegos antiguos establece cierta formalidad en
su conformación. El ya mencionado Orestes vuelve a su hogar tras un largo
tiempo fuera y descubre, para su horroroso pesar, que su madre ha asesinado a
su padre Agamenón, héroe aqueo en la popularísima Guerra de Troya. Parecido
a lo que haría luego Shakespeare en Hamlet, unas entidades
fantasmagóricas, divinidades de un orden anterior a los olímpicos, le exigen justicia
al hijo del dirigente aqueo. Su madre debe ser ajusticiada.
El problema es que tras el complot estas entidades transitarían
contra él, exigiendo su cabeza por el repugnante crimen contra su progenitora. Estas
malditas criaturas llamadas “Erinias” atormentan a Orestes día y noche,
llevándolo al borde de la locura.
¿Cómo puede ser culpable y perseguido Orestes si actuaba
en subordinación de las entidades divinas que le pedían el asesinato de su
madre? Porque no eran “diosas” de la justicia, sino de la venganza. Mientras
existiera el autor material de un asesinato, ellas le atormentarían y pedirían
su ajusticiamiento. Orestes sólo enrocó su lugar con el de su madre, y para
peor, se convirtió en el primer matricida de la historia. Es en este punto
donde los trágicos más grandes de la actualidad que retrataron en el teatro el
mito de Orestes difieren creativamente.
Don Ramón diría, miles de años después, “la
venganza nunca es buena. Mata el alma y la envenena”. Para resolver la ponzoña
de su alma Orestes huiría de su natal Argos hacia la estatua de Atenas, la
diosa de la sabiduría, en la Acrópolis, para aferrarse a ella y exigir remedio para
los males de su crimen. Contiguo a aquel lugar, en el Areópago, se realizaría
el primer juicio de la historia y el que marcaría las bases de la litigación, donde
Orestes sería absuelto en un proceso donde el dios Apolo fue su abogado
defensor, apartando a las Erinias que lo atosigaban. Esto según la
Orestíada del trágico Esquilo, versión distinta a la del dramaturgo más
controversial de la Antigua Grecia: Eurípides.
A diferencia de la versión de Esquilo, en la obra
de Eurípides Orestes sufre un repudio público por su insólito crimen. El
pueblo quiere lapidar públicamente a los hermanos que confabularon contra su
propia madre: Orestes y Electra (la misma del complejo de Electra, cuyo
extendido lamento por la muerte de su padre llevaría a Jung a proponer su
concepto). Para más inri su tío Menelao, el que fuera la pareja de Helena
antes de su rapto por parte del príncipe troyano Paris, los traiciona y no
intercede ante la furiosa turba que amenaza a los retoños de la familia aristocrática
de Argos. Guardando obviamente las distancias esto es lo que más se asemeja
hoy a las detenciones ciudadanas y sus castigos que van por fuera de la ley.
En 12 Angry Men, en vez de discutir las
pruebas, los jurados despotrican sobre el acusado motivados por prejuicios que
la misma película paulatinamente va develando, tomando a la ligera que la
culpabilidad del acusado significaría su muerte. Es decir, permiten que sus recelos
actúen en desmedro del joven cuando deberían estar tomando una decisión lógica.
Como en Orestes, son las pasiones encarnadas en las Erinias quienes conducen a
esta seguidilla de desafortunados hechos y venganzas, ya que están a punto castigar
el homicidio con la ejecución de alguien que no se ha terminado de demostrar su
culpabilidad.
Tal
como se demuestra en el filme-adaptación protagonizado por Fonda y dirigido por
Sidney Lumet (también director de Network o Poder que mata) el
ser humano es ante todo un ser racional, lo cual no excluye que conviva en él
cierta irracionalidad. En dicho cuarto, el personaje de Henry Fonda destaca
por ser el único jurado que se opone a una votación que parecía ser unánime,
donde él poco a poco -y como diría un fanático de Nolan, “a lo Inception”-
instala la presunción de inocencia del acusado en el resto de los miembros, en
otrora convencidísimos de la culpabilidad del joven basados únicamente en sus
prejuicios y no en las pruebas. Esa “justicia” que estuvieron a punto de hacer
en un principio del filme estaba mucho más emparentada con el linchamiento
social que con un proceso judicial eficiente.
La justicia no es perfecta, porque ella es una
construcción y ejecución de seres imperfectibles. No importan las caretas que asuma; sea
linchamiento, ajusticiamiento popular, litigios formales en pequeños o masivos
tribunales; el ejercicio de sancionar basado en criterios tanto morales,
valóricos o jurídicos siempre dejará un espacio indeterminado que es
aprovechado por la oratoria, el carisma o la “influencia” de opinión.
Internet y las redes sociales mucho se parecen tanto
a la turba que quería lapidar a Orestes y Electra como a aquel cuarto de
deliberación en 12 Angry Men. Es imposible apedrear a alguien hasta la
muerte en Twitter o Instagram, pero la gente malintencionada o simplemente descorazonadamente
crítica puede fácilmente adquirir la forma de una Erinia y atosigar a alguien
hasta la desesperación; a veces por motivos completamente ajenos a alguna
suerte de crimen o equivocación. Tal como en el filme protagonizado por Fonda.
La “funa” es quizá el chilenismo que más fronteras ha
transgredido, y eso es muestra implacable de lo rápido y masivo que un fenómeno
puede ser cuando se trata de repudio público. Siendo un concepto mucho más antiguo que la “Cancel
Culture” (movimiento estadounidense que busca vetar públicamente a distintos
famosos de todos los espacios posibles), nace como una herramienta para denunciar
a los implicados en la dictadura militar que por algún motivo no se hallaban
enfrentando las penas que merecían. El primero y quizá el más emblemático
es el cardiólogo Alejandro Forero, quien se hallaba eludiendo la justicia. Tal
y como en Orestes de Eurípides, el pueblo decide tomar justicia por mano
propia ante el terrible crimen que ha sucedido en sus tierras. La evolución del
concepto se matizó paulatinamente hasta transformarse en una denuncia ciudadana
a estafadores, deudores de pensión o criminales en Facebook ante lentitud de la
justicia legal.
Pablo Neruda, cancelado tras relatar una violación
en su obra Confieso que he vivido
La “Cancel Culture” no tardó en popularizarse en Chile
y las funas, que ya eran una práctica extendida en redes sociales, tomaron mayor
protagonismo en la juventud sin dejar necesariamente de ser un instrumento de
denuncia social, pero desdibujándose todavía más, llegándose a dar casos de
gente funada por infidelidades o simplemente por acciones o comentarios que no
eran del agrado de todo el público.
No es material de esta publicación deliberar si las
funas hoy son o no adecuadas, sino de dimensionar las transformaciones artísticas
del fenómeno de linchamiento social y las conversaciones que éstas han significado.
En la tragedia de Esquilo (la versión del juicio, no de la lapidación)
el tribunal queda instaurado como la legítima manera de resolución de
conflictos en vez del “ojo por ojo”. En la de Eurípides (ahora sí la lapidación)
invita a dimensionar el rol del pueblo y la opinión pública al aprisionar y
enloquecer a los regentes de la polis griega. Y en el filme se retrata
como un solo paso en falso es capaz de decidir entre la vida y la muerte de
alguien.
Tampoco es material de esta publicación defender a
capa y espada la justicia institucional, pues esta misma permite que
criminales como Alejandro Forero permanezcan libres y ejerciendo la misma
profesión que ayudó a torturar y exterminar a compatriotas. Las
alternativas populares de justicia han existido y existirán porque, tal como se
mencionó, la justicia civil es imperfectible. Sin embargo, la trivialización
del ejercicio de denuncia es una amenaza importante que arriesga la
credibilidad del fenómeno de linchamiento y somete, en algunos casos, a líderes
de opinión a crímenes incluso peores que los que presumen sancionar por redes.
Hace un par de meses se quitó la vida el cantante
urbano Gabriel Zúñiga, más conocido como Galee Galee. Al parecer, una
funa de su expareja por una presunta infidelidad habría detonado una compleja
situación de salud mental. Creo que está de más discutir lo masiva que se
volvió su funa al ser él un cantante urbano tan conocido por los jóvenes, sector
etario que más consume redes sociales y, por tanto, el más proclive a realizar
y recibir acoso cibernético. A propósito de este lamentable hecho las
palabras acuñadas al personaje de la multimillonaria franquicia Harry Potter cuyo
actor intérprete recién fallecido resuenan: "Las palabras son, en mi no
tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia, capaces de
infringir daño y remediarlo".
La
justicia por mano propia será siempre una alternativa popular mientras los
métodos convencionales sean ineficaces. Las funas han ayudado a llevar
incontables casos a la justicia y a acelerar procedimientos que, en el triste y
normal orden de los hechos, tardarían muchísimos años. Pero, como en todo,
hay un daño colateral importante que no puede ser ignorado y ha de ser mesurado
cuidadosamente.
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