Fantasmas y simulacros en la literatura
El Fantasma es la presencia en la ausencia, o como la obra lo relata más tardíamente, la vida en la periferia intentando virar hacia el centro. La protagonista es una escritora casada con un guionista, con dos hijos, uno mediano y una bebé, en una casa donde habita el fantasma de Gilberto Owen, poeta que causó la fascinación de la protagonista en una etapa temprana de su vida en la cual residió. Ésta se encuentra en la producción de una novela al parecer autobiográfica, pero, conforme avanza el texto, esta misma sugiere que tiene bastante retazos de ficción, insiste constantemente en la ambigüedad de varios sucesos con la intención, probablemente, de molestar al marido que husmeaba en su texto con tal de averiguar más cosas del pasado de la protagonista.
Los Ingrávidos se turna entre la novela de su protagonista, momentos de su presente en el cual escribe y, más tardío en la obra, cartas de Owen que van llenando con su narración los recovecos que la protagonista deja con mayor frecuencia conforme avanza la novela, llegando a eclipsar la voz de la protagonista. Pero este cambio no es coincidencia: es otra representación del motivo del fantasma: la protagonista describe la añoranza de su pasado, ausentándose en los períodos en los que escribe, y convirtiendo su relato en un fantasma de él.
La historia de lo que
fue, de lo que pasó en New York está atestada de intervenciones de su “yo presente”,
momentos en los que plantea ambigüedad sobre las cosas que sucedieron y
momentos en los que explica sucesos posteriores a los que narra desde su voz más
madura. La novela es clara: comienza, después de un breve diálogo, como también
comienza la novela que escribe la protagonista: “todo empezó en otra ciudad, y
en otra vida, anterior a ésta de ahora pero posterior a aquélla” (11) la mujer,
a través de esta concisa y a la vez confusa descripción, cercena inmediatamente
la temporalidad, crea una relación anacrónica y sitúa estas vidas turnadas en
la narración: pero más importantemente habla de una vida anterior, una
finalizada, por tanto, vestigios de lo que fue; Homer Collyer, un “amigo” de Owen, describe la
fantasmagoría de la siguiente manera:
“La gente se muere, deja
irresponsablemente un fantasma de sí mismo por ahí, y luego siguen viviendo,
original y fantasma, cada uno por su cuenta” (114).
Derrida en La diseminación, a propósito de Deleuze y su inversión del platonismo, define al fantasma como un simulacro, una copia del modelo, pero no una copia idéntica, sino que disímil. Aclaro: estas no son mis palabras, sólo un fantasma de aquellas referidas. La protagonista advierte, en su pasado a través de su novela: “poco a poco comencé a existir como habitada por otra vida que no era la mía, pero que bastaba para imaginar para abandonarme a ella por completo. Empecé a mirar de fuera hacia dentro, de alguna parte a ninguna” (33) la protagonista se vuelve un hiato en el cual prorrumpe una existencia exterior, pero que comienza a ver las cosas como, ella misma define, un fantasma lo haría: “los vivos miran desde el centro hacia afuera, y los muertos desde la periferia hacia un tipo de centro” (33).
En
la misma página doble-referida, hay una de las pistas más claras sobre la cohabitabilidad
de la protagonista y Owen en el mismo plano, en una escena en la cual se queda
sin poder escapar de una azotea donde posteriormente Owen relata su propia muerte,
su muerte metafórica, donde también muere la novelista: “como esa vez que morí
en la azotea de Owen” (40); “recuperé el sombrero y morí de nuevo” (124).
El discurrir de la novela es un apareamiento entre los problemas conyugales de la protagonista, la investigación de su versión más joven en New York sobre Owen, el posterior hastío con él, el encuentro de los fantasmas de ambos en el subway y la toma de la voz narrativa por parte de los fantasmas, de los simulacros, de las copias. No es casualidad el concepto de plagio de la entrada anterior, la novela, nuevamente en su discurrir, plagia poesía de la generación hispanohablante en New York, con Lorca, Zukofsky, menciones a Ezra Pound (y un encuentro con su fantasma en el subway), además de las versiones de cada uno de los poetas mencionados retratada en la novela.
El motivo del fantasma evoluciona desde un
recuerdo en el gesto de la autora al escribir, hasta la posesión absoluta del
texto: está escrito por fantasmas, fantasmas del pasado y del presente, que,
bien como mencioné al principio, están en su ausencia, Owen narra hechos de su
juventud, de su fantasma de la juventud, de cuantas veces murió en el
transcurso de su vida en “los United”, por tanto, todas las veces que espectros
suyos quedaron repartidos en la ciudad.
Hablando de espectros, de fantasmas: hay un fantasma que recorre el cine. El fantasma de Allan Poe. La carta robada inició todo un “movimiento” de literatura enigmática, misteriosa, policial, no-velada, oculta, a descifrar. Polanski reclutó a Ewan McGregor para su filme Ghost Writer, que trata sobre el escritor fantasma de la auto-biografía del ex primer ministro británico Adam Lang. El personaje de Ewan (de aquí en adelante sólo Ewan, tal vez Obi-Wan, tal vez Mark Renton) se ve envuelto, más por presión de su agente seducido por la jugosa oferta monetaria, en una tracalada de eventos muy complicados. Como dice el dicho “para no mojarse, mejor no salir a la lluvia”, pero Renton, que no se quiere mojar, termina igual metiéndose a una tremenda tormenta pues, para tremendo inri, el primer ministro está acusado de crímenes de guerra, tortura, etcétera.
Kenobi viene a reemplazar a otro-ghostwriter que tenía encargada la misma tarea, pero que fue asesinado en sospechosas circunstancias. Por supuesto, por lindo no lo mataron: investigó más de lo que debería descubriendo comprometedores antecedentes sobre la esposa del ex primer ministro y su vínculo con la CIA. Renton aquí dilata su existencia fantasmal: no sólo es un escritor fantasma, también es el fantasma del anterior escritor fantasma, pues en el filme comienza a seguir las pistas que dejó su predecesor en el manuscrito tentativo de la biografía.
Renton se adentra en un enigma ya resuelto, sólo que no por él, pero lo reconfigura para poder llegar más lejos que él, al igual que con el trabajo al cual había sido asignado. Ewan es, básicamente, un simulacro sin nombre, un hiato, su personaje no es su significado sino que es un molde a ser llenado por cualquier-otro-ghostwriter que pudiese seguir un camino ya trazado. Al final de la obra, la solución al misterio estaba dispuesta en el código de la biografía boceteada por su predecesor, en aquel cajón de cartas como con Poe. McGregor tal vez muere atropellado por un taxi (su existencia fantasmal ha terminado, o a recomenzado). Me acordé de un cuento de Manuel Rojas sobre los fantasmas. Disculpe, lector, pero iré a leerlo.
Comentarios
Publicar un comentario